Entrevista a los Hermanos Palacios

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Los hermanos Edgardo (Gao) e Iván Palacios Fernández, zapallarinos de nacimiento, nos cuentan de su infancia en el seno de su numerosa familia; de sus incursiones a los cerros, sus baños en la poza de las perdices, de las romerías y del tremendo arraigo que sienten por el lugar que los vio crecer, el que convirtió al mayor de los hermanos en poeta innato.


¿Cómo fue su infancia en Zapallar?

Muy feliz. Éramos 10 hermanos, solo nuestro hermano Julio partió temprano. Vivíamos en un rancho en el centro de Zapallar, donde ahora está el “Boni” y ahí mismo, mi abuela tenía una residencial que se llamaba “Residencial Fernández”. Mi abuelo, Evaristo Fernández, tenía un negocio que se llamaba “Emporio provisiones”, el que estaba frente al “Gran Hotel de Zapallar”. Él había llegado desde el norte, desde la Pampa del Tamarugal, donde tenía una pulpería. Llegó a Zapallar y conoció a mi abuela Carmela Kohnenkampf, se enamoró y aquí se quedó para siempre. Trajo el primer cine a Zapallar.

Nosotros íbamos al colegio al lado de la parroquia, nuestras profesoras eran monjas franciscanas. Luego fuimos a la escuela fiscal que estaba al lado de la posta. Yo (Gao) incluso fui acólito del padre Francisco Didier en la iglesia antigua. Fui quien lo encontró muerto: yo era muy niño, fue harta la impresión, porque era un padre muy bueno, muy humano. Nos compraba alpargatas a los niños que andábamos a “pata pela” en un almacén que estaba al lado del “Cara de muerto”, un famoso restorán. También traía películas de rollo que se exhibían en el teatro. Todos lo querían, por eso después le pusieron su nombre al Colegio Parroquial.

En ese tiempo se hacían muchas romerías, por ejemplo, íbamos a dejar y a buscar a la Virgen del Carmen a Papudo, también hacíamos procesiones a Cachagua para el día de San Juan de la Cruz y llegábamos donde Nemesio Vicuña, donde comíamos unas tortillas muy ricas. Tiempo después, con el Padre Antonio Zannoleti se seguían haciendo, por ejemplo, íbamos de romería al Canelillo y el padre hacía misas en el Cerro de la cruz. Después no se hicieron más… eran lindas esas fiestas.

Mi papá era chofer, tenía el colectivo de aquí a la Ligua, era un Chevrolet que además de colectivo, se usaba como carro de bomba y ambulancia… ¡para todo lo molestaban a él! Cuando se formó el cuerpo de bombero, mi papá tenía una liebre, una liebre grande, cabrían unas veinte personas y ahí llevaba a los bomberos y le ponían la sirena.

Mi mamá se dedicaba a criarnos a todos nosotros, que hacíamos hartas maldades y éramos diez, era mucho trabajo.


¿Cuáles son sus recuerdos más tempranos?

Gao: Mis recuerdos más tempranos son cuando mi tata Federico Kohnenkampf, mi bisabuelo, se sentaba en un tronco de eucaliptus y me tomaba en brazos y yo le tocaba la barba; el se reía y yo me sentía feliz.

Iván: Yo recuerdo el terremoto del 65, porque se cayó todo… se nos cayó todo el rancho y dormíamos en la liebre… después pusimos una carpa ahí mismo.

Gao: Yo también me acuerdo con mucha claridad; estaba en el restorán de Manuel Rojas, eran las doce del día, habíamos recién terminado de rayar la cancha de futbol y nos invitaron a tomar una cerveza, pero no alcanzamos ni a entrar por la puerta cuando tuvimos que salir, ¡pero por la pared! ¡se cayó todo en un instante! Yo sentía gritos, provenían de abajo, donde vivían los papás de Florindo Aravena. Fui corriendo y saqué a los dos viejitos para afuera y también a la abuela Virginia que estaba en su almacén. Todo eso se cayó. Ahí fue cuando don Miguel Erlwein sobrevoló el pueblo en su avión y era tanta la polvareda que no se veía nada: “Zapallar desapareció del mapa”, decían todos en Santiago.

 

¿Hay lugares que se destaquen en su memoria?

Íbamos al cerro, a la piedra del peñón a buscar leña. Y bajábamos por el cerro El Boldo, donde estaba el cristo negro, el original que después lo bajaron. Echábamos carrera para abajo. También íbamos a la poza de las perdices, la que está en el Mar Bravo hacia Cachagua. Nos llevábamos pan con aceite y ajo y nos bañábamos durante horas… También salíamos a pescar.

¿Qué rescatarían de la vida de entonces?

Iván: La calma, eso es lo que más extraño, la vida tranquila. Ahora la vida es muy acelerada. Eran tiempos muy bonitos, teníamos tres restoranes: el “Cara de muerto”, de Manuel Núñez, teníamos el de Manuel Rojas que tenía pista de baile y teníamos Los Troncos, donde llegaban los mejores artistas de Chile a Zapallar. Se hacían bailes, competencias de cueca; lo pasábamos muy bien. En el Gran Hotel, los veraneantes hacían unas fiestas fabulosas; ahí nosotros íbamos a mirar no más… Había muy buenas relaciones entre nosotros y los veraneantes; ellos tenían sus autos y casas lindas y a nosotros nos encantaban, pero no había enfrentamiento.

Gao: Lo que yo rescato es que los niños de ahora tienen más oportunidades, pueden estudiar. Aunque la verdad a mí no me hizo tanta falta el estudio, porque aprendí mucho en todos los trabajos que tuve. Yo entré a trabajar como operario en la empresa Fensa en Santiago y como al año y medio me ascendieron a empleado particular y llegué a ser sub jefe de seguridad industrial y en la fábrica nunca me creyeron que yo no tenía más que sexto de preparatoria. Antes de irme a Santiago había sido carabinero… yo fui de todo: fui milico, hasta fui payaso en un circo ambulante pobre que pasó por Zapallar.
Bueno y mi inspiración poética la tengo desde siempre. Soy poeta desde que estaba en el colegio, pero todos mis poemas son inéditos; nunca los he publicado. Tengo un montón de cuadernos y otros están aquí (indica la cabeza). Yo lo aprendí solo; mi maestra fue la naturaleza, el mar, el cielo… Zapallar.
Muchas de mis poesías están inspiradas en mi pueblo, como esta:

Zapallar (Extracto)

Las calles de Zapallar
son serpientes marineras
que circundan las laderas
y quebradas del lugar.

Engalanadas de flores,
de pinos y enredaderas
y bordadas de escaleras,
paraíso de pintores.

En invierno, son torrentes
de caudal apresurado
que van a dar al Mar Bravo
y morir en su corriente.

Van del Parque a la Isla Seca
del pabellón a la plaza
de Pichoto donde La Tecla
y del tenis a la terraza.

Suben cerros sin cesar
pasan por donde Ossandón
y bajan al caletón
para expirar en el mar.

En el muelle, playa chica
a un costado el varadero
y al frente las chépicas
Resguardando el matadero.

La playa todo es encaje
el agua es limpia y serena
y las niñas son sirenas
en medio del oleaje.

Hay botes a motor
veleros y muchos nudos
y hasta muchachos desnudos
nadando con flotador

Es mi pueblo una hermosura
que Dios se dignó crear.